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10-10-10 (10-10-10; Spanish Edition)

10 Minutos, 10 Meses, 10 Años: Un método para tomar decisions que transformará su vida

About The Book

10-10-10 es un método nuevo para tomar decisiones. Es una herramienta para reclamar su vida en la casa, en el amor y en el trabajo. El proceso es claro, directo y transparente. Es más, frente a un dilema, lo único que necesita para comenzar es hacerse tres preguntas: ¿Cuáles son las consecuencias de mi decisión en 10 minutos? ¿En 10 meses? ¿Y en 10 años?

¿Suena simple? No lo es. Mediante el recuento de conmovedoras historias Suzy Welch revela cómo el análisis del impacto de nuestras decisiones trae invariablemente a la superficie nuestros temores, necesidades y deseos inconscientes, y nos ayuda en definitiva a identificar nuestras metas y vivir acorde con nuestros valores más profundos.



El método 10-10-10 es utilizado por estudiantes universitarios, padres de familia y empresarios. Si usted está a punto de tomar una decisión y no sabe qué hacer, 10-10-10 le ayudará a encontrar su camino.

Excerpt

10 – 10 – 10
CAPÍTULO UNO

¿Qué era?

Cómo nació el 10-10-10

A decir verdad, yo no sabía exactamente qué era el 10-10-10 en el momento de su creación; simplemente sentía (aunque de manera tenue) que, de repente, tenía a mi alcance un principio operativo nuevo, diferente y muy superior. Parecía haber encontrado una especie de proceso mental mejorado, una metodología para ser sistemática respecto a las cosas. Esa mañana en mi balcón hawaiano, me di cuenta de que lo que realmente debía hacer para retomar mi vida era empezar a tomar mis decisiones de una manera diferente —proactivamente—, evaluando con atención sus consecuencias en el presente inmediato, el mediano plazo y el futuro lejano.

En diez minutos… diez meses… y diez años.

Si hacía eso, imaginé con cierto grado de asombro, podría llegar a tener mi propia “herramienta para administrar la vida”.

Y trece años después, ese término sigue siendo la forma en que defino el 10-10-10 de manera rápida y sencilla. Ciertamente he escuchado otras descripciones del 10-10-10. Conozco a un devoto practicante del 10-10-10 que lo llama “hoja de ruta para la claridad y el coraje”, y a otro que lo describe como “mi pequeño borrador de culpas”. Una abuela de Houston me dijo una vez que ella se refiere al 10-10-10 como su “empujoncito para descongelarse”. Un pastor canadiense que ha predicado sobre el 10-10-10 lo describe como el “gran puente que nos permite poner las cosas en perspectiva”.

Pero ninguno de estos calificativos del 10-10-10 —ni siquiera el mío— describe realmente la verdadera logística del proceso. Así que, antes de seguir, vamos a analizarla.

CÓMO FUNCIONA EL 10-10-10

Todo proceso 10-10-10 se inicia con una pregunta. Es decir, todo 10-10-10 comienza con el planteamiento de un dilema, una crisis o un problema en forma de pregunta. ¿Debo renunciar a mi trabajo? ¿Debo comprar la casa con el gran jardín interior y el techo con goteras? ¿Debo retrasar a mi hijo un año en el colegio? ¿Debo seguir con mi relación o terminarla?

He llegado a descubrir que tener una pregunta definida es esencial para el 10-10-10, ya que muchos problemas complejos están relacionados con temas colaterales, con asuntos menores, con distracciones y divagaciones, con falsas suposiciones y actores secundarios. Por lo tanto, los procesos 10-10-10 más efectivos tienden a iniciarse siempre con la identificación exacta de qué asunto, subyacente a todo, es el que se está tratando de resolver.

La siguiente etapa del 10-10-10 es la recolección de datos. No hay de qué preocuparse; esta parte del proceso se puede hacer en la cabeza, en un computador, con papel y lápiz, o en una charla con un amigo o socio, lo que mejor funcione. El único “requisito” real es ser honesto y exhaustivo al responder las siguientes preguntas:

Dada mi pregunta inicial, ¿cuáles son las consecuencias de cada una de mis opciones en diez minutos?

¿En diez meses?

¿En diez años?

Ahora bien, para ser claros, no hay nada literal en cada diez del 10-10-10. El primer 10 representa básicamente el “ahora” —por ejemplo, un minuto, una hora o una semana. El segundo 10 representa ese momento en el futuro previsible o inmediato en que el efecto inicial de su decisión ha pasado, pero sus consecuencias se siguen sintiendo en formas que usted puede predecir razonablemente. Y el tercer 10 representa un momento en el futuro que es tan lejano que sus detalles son completamente vagos. Así, 10-10-10 en realidad podría referirse a 9 días, 15 meses y 20 años, o 2 horas, 6 meses y 8 años. El nombre del proceso es solamente una figura que busca sugerir intervalos progresivos de tiempo durante la exaltación del momento, un poco después y cuando todo está consumado.

El último paso del proceso 10-10-10 es el análisis. Para esta etapa, debe tomar toda la información que acaba de recopilar y contrastarla con sus valores más profundos: sus creencias, metas, sueños y necesidades. En resumen, esta parte del 10-10-10 lo lleva a preguntarse: “Sabiendo lo que sé ahora sobre todas mis opciones y sus consecuencias, ¿Cuál decisión es la que más me ayudará a decidir mi propia vida?”.

Y con la respuesta a esa pregunta, usted tiene su solución 10-10-10.

EL COMIENZO

Como ya dije, esa mañana en Hawái no me llegó como si fuera un relámpago la versión totalmente conceptualizada del 10-10-10, con todo y logística. Pensaba más bien en algo como “Tengo que dejar de correr como una loca, apagando incendios e intentando complacer a todo el mundo. Cuando los niños tengan veinte años, me van a adorar u odiar por haber tomado decisiones mucho más importantes que ésta de haberlos llevado a un viaje de negocios de cuatro días en febrero de 1996. ¡Por Dios! Estoy viviendo demasiadas cosas en este momento”.

Y con eso creé el concepto de “10-10”. Iba a comenzar a tomar mis decisiones en base a un balance entre consideraciones de corto y largo plazo. Qué insensatez, me dije, había sido desplazar a los niños ocho mil kilómetros por unos insignificantes baños de mar juntos. Si los hubiera dejado en casa, su berrinche hubiera durado a lo sumo un día, en caso de que se hubiera presentado.

Casi de inmediato, fui consciente de que mi incipiente idea estaba incompleta. Durante los próximos meses me iba a ausentar de casa dos veces más, por una boda a la que había sido invitada y por otra conferencia. Tal vez mi viaje a Hawái, visto en conjunto, me hizo sentir que me alejaría demasiado tiempo de los niños. Tal vez en aras de hacer un balance y tener una perspectiva más real, mi nuevo proceso de toma de decisiones también necesitaba contemplar un horizonte a mediano plazo.

Así, nació oficialmente el 10-10-10.

Sin nada qué perder, empecé a aplicar el proceso a todo tipo de dilemas tan pronto regresamos a Boston, tanto en casa como en el trabajo. ¿Debo quedarme en la oficina por si ocurre una emergencia cuando les prometí a los niños que regresaría a las seis? ¿Debo pasar las fiestas con mis padres o con mis suegros? ¿Debo confrontar a un escritor problemático con respecto a la entrega tardía de un texto? ¿Debo dedicarle mi tiempo al artículo entregado por un novato con talento o al que entregó un veterano confiable? Para mi sorpresa, descubrí que el proceso me llevaba invariablemente a decisiones más rápidas, claras y lógicas. Y como bono inesperado, también me ofrecía una manera de explicarme frente a todos los “constitu-yentes” relevantes —mis hijos, mis padres o mi jefe— con claridad y confianza. Finalmente podía decir “permítanme contarles cómo llegué a esta decisión” y seguir a partir de ahí.

Al cabo de meses, el 10-10-10 me había servido tanto que no pude resistir la tentación de compartirlo con mis hermanas, Elin y Della, y con un grupo de amigos y colegas cercanos.

Y así fue cómo el proceso se empezó a difundir. Uno de mis colegas le contó a su esposa; ella lo utilizó para salir de un estado de parálisis en su búsqueda de un empleo. Un amigo le “dio” el 10-10-10 a su hija recién casada, quien estaba indecisa entre seguir trabajando o hacer un posgrado. Otra conocida mía le describió el 10-10-10 a su esposo, un médico; él lo llevó al trabajo y allí un grupo de enfermeras lo adoptó para enfrentar —y resolver— una pugna sobre las horas de visita a los pacientes, que había estado sin resolver durante meses.

Finalmente empezaron a llegarme, gota a gota, historias del 10-10-10 ajenas a mi círculo inmediato. Un día, por ejemplo, al contestar el teléfono escuché: “¿Es usted la señora del 10-10-10?”.

Cuando caí en cuenta de que sí lo era y lo expresé, mi interlocutora dejó escapar una risa amistosa y se identificó como Gwen, hermana de una de las enfermeras. “Lamento sorprenderla”, dijo, “pero estoy llamando porque me gustaría que pudiera verme. Estoy sonriendo por primera vez en meses”.

Resultó que Gwen era un ama de casa que vivía en Chicago. Al igual que su hermana, había comenzado su carrera como enfermera pero a los pocos años cambió de rumbo y se dedicó a ser representante de ventas de una empresa del sector farmacéutico. El trabajo encajaba perfectamente con su personalidad extrovertida y su profesionalismo. “Nadie me podía alejar de mis visitas de ventas”, me dijo. “Para mí no eran trabajo. Eran diversión. ¡Ah, y el dinero! No podría haber sido mejor”.

Gwen disfrutaba tanto su profesión que escasamente se alejó de ella durante los embarazos y partos de sus tres hijos. Claro, hubo momentos desafiantes en que el trabajo y la maternidad entraban en conflicto, pero Gwen siempre se sintió respaldada por su esposo —también representante de ventas— en su decisión de seguir trabajando. La pareja contrató una niñera interna y se comunicaba constantemente con ella por celular. Pasaban los fines de semana reactivando los vínculos con sus niños.

Sin embargo, una noche en la que Gwen regresó después de otra larga ausencia, la niñera le colocó en los brazos a su hijo de quince meses; el bebé no la reconoció y la apartó con un llanto rabioso. Gwen se conmovió hasta el alma, al igual que su esposo que observaba la escena.

Abrumada por una creciente sensación de culpa, Gwen renunció a su trabajo. “Regresaré en unos meses”, le prometió a su jefe, “tan pronto las cosas vuelvan a la normalidad en casa”.

Pero pasaron semanas, luego meses, poco a poco Gwen se vio más enfrascada en el “regreso a la normalidad” que estaba intentando construir; sus días se iban en llevar a sus hijos a clase o a casa de sus amigos, cumplir citas diversas, y sus noches pasaban entre organizar la cena, supervisar las tareas y el baño, y leer a los niños a la hora de dormir. Su oficina ubicada en el garaje de la casa, repleta de revistas de negocios que Gwen había jurado seguir leyendo, se empezó a llenar de afiladores de cuchillas de patines y disfraces de obras teatrales de colegio.

Después de un año en casa, el corazón de Gwen también se empezó a llenar; no de tristeza, sino de una vaga y persistente añoranza por la gran carrera que pudo haber hecho. Ocasionalmente, releía un correo electrónico de su antiguo jefe que no podía decidirse a borrar de su buzón: “Te recibiremos cuando quieras”, decía. “Tu antiguo equipo te necesita y te extraña”.

Gwen también lo extrañaba, ¿pero cuánto? Pasaron semanas en las que su mente oscilaba en el debate: ¿Había elegido realmente ser ama de casa? ¿Había caído en ello por la indecisión?

En medio de este dilema, la hermana de Gwen le habló del 10-10-10 y le sugirió usarlo la próxima vez que se sintiera dudosa.

Eso sucedió a los pocos días. “Estaba limpiando la nevera; tenía la cara y las manos llenas de detergente, había agua por todos lados y Sammy lloraba desesperadamente. Perdí el control”, me dijo Gwen. “Tenía que decidir de una vez por todas si debía seguir siendo mamá de tiempo completo”.

Gwen calmó a Sammy y lo acostó para que tomara una siesta; terminó de limpiar la nevera y se sirvió una taza de café. Después, con una hora de margen antes de que llegara su hija del colegio, se sentó en la cocina e inició su 10-10-10.

Su primera sensación al desarrollar el proceso fue de temor. “A corto plazo, si me quedaba en casa, tendría que lidiar con un montón de pañales sucios, y mi cerebro realmente andaría a baja velocidad”, me dijo. “Me esperaba un poco de aburrimiento y mucha especulación sobre lo que podría haber sido”. En cuanto al escenario de diez años, el de largo plazo, “sabía que a esas alturas los niños estarían básicamente de salida”, dijo Gwen. “Se habrían ido, al igual que mi carrera”.

Pero al contemplar el escenario de diez meses, empezó a surgir una revelación diferente. “De repente, mientras pensaba en eso, me di cuenta de lo mucho que significaba para mí el lapso de tiempo entre el primer y el último 10”, dijo. “Cuando Sammy haga su primer gol, Emma su primer recital de flauta y Alex aprenda a afeitarse, yo estaré presente. Me di cuenta de que estaba abandonando un sueño, pero a cambio estaba construyendo una realidad a la cual no le podía dar la espalda”.

Otra madre podría haber llegado a una conclusión diferente ese día en la cocina, pero para Gwen el 10-10-10 concretó sus prioridades. Su decisión no le implicaba brincar de alegría cada vez que el bebé llorara; ni gozar durante horas esperando a que terminara el entrenamiento de hockey. Significaba simplemente que, en base a sus valores, Gwen había elegido una opción con la cual podía —y quería— vivir.

LO DIFÍCIL

Con razón Gwen estaba sonriente cuando me localizó por primera vez. Su ambivalencia había desaparecido y en su lugar, tenía la serenidad que da tener una intención clara. Pero en aras de una divulgación completa, el lector debe saber que no todo proceso 10-10-10 termina tan ordenadamente. A veces la solución a la cual se llega es una total sorpresa ya que el proceso puede revelar valores, agendas, temores y sueños no encarados anteriormente, o puede conducir por senderos evitados durante mucho tiempo con el fin de mantener el mundo bajo control. Algunas soluciones 10-10-10 pueden ser incluso profundamente desafiantes ya que “exigen” confesar ante los demás lo que realmente se piensa y la manera en que se quiere vivir. Lo cierto es que la transformación no siempre es fácil.

Hace como un año di una conferencia sobre el 10-10-10 en una universidad. Al finalizar, un estudiante se quedó para hablar a solas conmigo. Resultó ser un empresario de Rumania llamado Razvan que quería iniciar una empresa de telefonía móvil en su país. El problema, me dijo rápidamente, era que su novia de mucho tiempo, una mesera que lo esperaba en Bucarest, quería entrar en el negocio con él. “¿Qué sucederá cuando Mihaela cometa un error con un contrato o algo así? Ella no es muy hábil en cuestiones de dinero; toda su familia es comunista”, me contó con franqueza. “Entonces, tendré que decirle: ‘Mihaela, aquí estamos tratando de hacer utilidades’, y ella empezará a gritar: ‘¡Utilidades! Olvídate de las utilidades. ¿Qué pasa con los ideales?’. Y entonces tendremos una pelea, como siempre. ¿Sabes a qué me refiero?”.

Capté la idea, al menos lo suficiente para empezar. Le hice un gesto a Razvan para que se acercara y así pudiéramos hacer juntos un 10-10-10 sobre la decisión de trabajar con Mihaela en su nueva iniciativa de negocios.

Al cabo de diez minutos, Razvan comentó entusiasmado que un “sí” era una respuesta enormemente atractiva. Mihaela se calmaría y, al menos por un tiempo, le dedicaría toda su energía al proyecto. Un “no” provocaría, según Razvan, “la tercera guerra mundial” pues con seguridad la familia de Mihaela y la suya —eran amigos cercanos— se involucrarían y lo presionarían para que cambiara de parecer.

El panorama a los diez meses era más restringido: sería nefasto, sin importar qué opción eligiera. Si trabajaban juntos, dijo Razvan, él y Mihaela volverían a sus disputas. Pero si se separaban, también habría sufrimiento: “Hemos estado juntos por muchos años y nos queremos”, fue su nostálgica reflexión.

Pasamos al escenario de los diez años, y de inmediato Razvan hizo una mueca como si estuviera viendo una fotografía perturbadora. Si le pedía a Mihaela que se uniera a su iniciativa, a esas alturas seguramente estarían casados; ese desenlace garantizaba, según él, “una vida de peleas diarias”.

“¿Porque sus esperanzas y sueños son fundamentalmente diferentes?”, pregunté.

“Porque todo lo que realmente tenemos es historia”, respondió. “Y sé que eso no es suficiente. Nos pasaremos la vida haciéndonos daño”.

Con eso, la decisión 10-10-10 de Razvan estaba tomada.

¿Se sentía él feliz? Claro que no. De hecho, al despedirnos, pude ver un par de lágrimas brotando de sus ojos. Pero también noté que, en cierta medida, estaba aliviado y resuelto con respecto a tomar el control de su vida y de su futuro. Aparentemente sabía que la felicidad lo esperaba. A veces eso es todo lo que el 10-10-10 puede ofrecer.

DE UN HILO A UN TORRENTE

Para el año 2006, había escuchado suficientes historias de personas como Gwen y Razvan como para tener la sensación de que, con el 10-10-10, había descubierto algo. Así que decidí escribir sobre el proceso para la revista O, The Oprah Magazine, en la cual tengo una columna habitual sobre el equilibrio entre el trabajo y la vida.

Mi sensación de “haber descubierto algo”, sin embargo, no era suficiente para dar respuestas. Pronto empezaron a llegar montones de mensajes electrónicos y cartas escritas con sinceridad. Descubrí que el 10-10-10 no era útil solamente para uno, dos o tres grados de separación (concepto de Human Web). Funcionaba para hombres y mujeres, jóvenes y viejos, en la cercanía y en la distancia, para decisiones grandes, pequeñas e intermedias, en casa y en la oficina, en el amor, la amistad y la educación de los hijos.

Incluso funcionó para un empleado oficial de veintisiete años llamado Antoine Jefferson, quien me escribió para contarme que estaba utilizando el 10-10-10 como guía para su proyecto personal de reinventar el sistema de seguridad social, un gesto amable de su parte.

¿De qué diablos está hablando este tipo?, me pregunté.

Así que llamé a Antoine y luego tuve el inmenso placer de conocerlo en su ciudad natal, Filadelfia. Al escuchar su historia me convencí de que el 10-10-10 puede ser efectivo en formas y lugares que nunca había imaginado.

Criado por una madre soltera en un vecindario lleno de proyectos de construcción, Antoine dejó de ir a la escuela en séptimo grado y finalmente fue puesto bajo el cuidado de cinco familias adoptivas diferentes. Sus días eran solitarios; los llenaba viendo televisión. Extrañaba la compañía de sus hermanos. Tal vez la experiencia más trascendental en la vida de Antoine fue darse cuenta, a los trece o catorce años, de que no se parecía a ninguna de las personas que conocía; no solo porque era homosexual sino porque era irremediablemente optimista. Aun con toda su dureza, para Antoine el mundo podía ser un mejor lugar si los seres humanos dejaran de hacerse daño unos a otros.

Unos meses antes de la publicación de mi artículo, Antoine fue contratado para trabajar en una de las oficinas de asistencia social más congestionadas del Estado; su labor era atender a los usuarios y orientarlos en el proceso de solicitud. Inicialmente, la idea de ayudar a las personas necesitadas lo emocionó. Pero su entusiasmo pronto se convirtió en desesperanza. Todos los días observaba cómo sus colegas trataban en forma grosera y despectiva a la gente que llegaba a la oficina. “Solicitar asistencia social generalmente sucede en el peor momento de la vida. Conlleva mucha vergüenza”, me decía. “Se supone que el sistema es para apoyar a la gente, no para humillarla más”.

Una noche, después del trabajo, Antoine escribió un apasionado manifiesto sobre la forma en que él creía que debería cambiar el protocolo de atención en la oficina. Sabía que sus palabras eran fuertes; cuando se las mostró a su hermana Tiffany, ella amablemente intentó disuadirlo. “Todos te van odiar, Antoine”, le dijo.

Durante unas cuantas horas, Antoine revisó las consecuencias de presentar su propuesta en la oficina utilizando el esquema 10-10-10. Al cabo de diez minutos, pensó que todo se convertiría en un infierno si compartía sus opiniones con sus colegas y ellos las rechazaban. El mensaje de ellos, según él lo entendió, sería: “Deja de provocar a la gente”.

Antoine pronosticó que al cabo de diez meses, el enfrentamiento con sus colegas seguramente persistiría, o incluso empeoraría, al negarse a renunciar a su papel de policía en la oficina. Por otro lado, si se quedaba callado, temía que la sensación de hipocresía lo destruyera por dentro. Ninguna opción era atractiva.

Pero el plan de acción de Antoine se aclaró tan pronto contempló el escenario en diez años. “Me di cuenta de que estaba totalmente dispuesto a soportar —incluso quería soportar— la presión a cambio de tener la oportunidad de mejorar el sistema de asistencia social de este Estado”, me dijo. “Lo único que pensaba era ‘Si no lo hago yo, ¿entonces quién?’. Alguien tiene que liderar el cambio, aun en los peldaños más bajos de la escalera”.

Al día siguiente, Antoine se reunió con su jefe para contarle su preocupación por el desprecio y el maltrato a los usuarios. Ella recibió su propuesta de manera muy positiva, recuerda él. Pero después de presentarla en una reunión con todo el personal, los colegas de Antoine, como era de esperarse, empezaron a marginarlo.

En vez de manejar el conflicto, la jefe de Antoine le preguntó si estaría dispuesto a ser transferido a otra oficina de asistencia social al otro lado de la ciudad. Él estuvo de acuerdo. “No me arrepentí ni me enfadé en absoluto”, me dijo recientemente. “Siento que hice lo correcto”.

Hoy en día, Antoine continúa aplicando el método 10-10-10 en todos y cada uno de los dilemas que enfrenta tanto en casa como en el trabajo. De hecho, recientemente compartió el proceso con su madre, quien de inmediato lo utilizó para tomar una decisión que podría llegar a ser transformadora. A la edad de cincuenta y cuatro años, la señora ingresó a un programa de capacitación con la esperanza de iniciar un pequeño negocio algún día. “Creo que éste es el inicio de una vida completamente nueva para mi madre”, dice Antoine. “Por primera vez la veo tratando de crear su propio futuro”.

CON RESPECTO AL TERCER 10

¡Qué emocionante suena esa nueva travesía! El 10-10-10 tiene la capacidad de motivar a la gente a proyectarse y salir de su fijación en el presente. Sin embargo, sería un error creer que el único propósito del 10-10-10 es activar alarmas a largo plazo durante el proceso de toma de decisiones.

Sí, despertar su conciencia con respecto a los próximos diez años es uno de los propósitos del 10-10-10, y es un muy buen propósito. Con frecuencia tomamos decisiones solo para evitar una molestia inmediata —el enfado de un niño, la decepción de la familia, una logística complicada, una discusión con los compañeros de trabajo, etcétera. El tercer 10 de 10-10-10 ayuda a suavizar esa tendencia. Nos ayuda a decidir si vale la pena (o no) soportar los fogonazos a corto plazo con el interés de alcanzar nuestros objetivos de vida más importantes y profundos.

No obstante, nadie debe tomar todas las decisiones en base a sus consecuencias a largo plazo. En primer lugar, tal prudencia garantiza en buena medida que la vida diaria sea un tedio total. ¡No se puede desterrar la espontaneidad! Pero la principal razón para no poner la mira exclusivamente en el tercer 10 es que puede ser demasiado riesgoso.

Pete Turkel me enseñó eso.

Pete era editor de la Associated Press en el turno de la tarde, a mediados de la década de los ochenta, cuando yo tenía veintiséis años y era reportera en la oficina de Boston. Cuando lo conocí, yo cubría el turno nocturno; me presentaba a trabajar a la medianoche y quedaba libre a las ocho de la mañana. A esa hora me daban antojos de comer hamburguesas y tomar cerveza. Mi reloj biológico estaba bastante desfasado pero al menos podía ver a mis amigos y mi familia en el desayuno y en la cena. Pete, quien entraba a las cuatro de la tarde y salía a la medianoche, extrañaba todo. Dormía cuando sus hijos salían para el colegio y su esposa para el trabajo, y estaba en el trabajo cuando todos volvían a casa, cenaban y se acostaban.

Un día, quejándome y lamentándome de mi propio horario, acudí a Pete —veinte años mayor que yo— y exclamé: “No sé cómo tú lo soportas. Es como estar viviendo en otro planeta o algo así”.

Aún hoy admiro a Pete por no haberme abofeteado por mi atrevimiento. En lugar de hacerlo, sonrió con su estilo familiar y bonachón. “Lo entenderás cuando seas mayor, Suzy, y tengas verdaderas cuentas por pagar y una familia que sostener”, me dijo. “Me pagan una bonificación por hacer este turno. Si conservo este trabajo, podré jubilarme anticipadamente, enviar a mis hijos a la universidad sin necesidad de endeudarme y podré comprar la casa de mis sueños. Cada minuto de lo que estoy haciendo ahora habrá valido la pena cuando salga por la puerta mi último día”.

Hacía un año que me había marchado de ese trabajo cuando Pete murió en un accidente automovilístico (su esposa quedó gravemente herida y murió posteriormente), pero nunca dejé de pensar que Pete estaba posponiendo su vida —por toda una serie de razones “correctas”— en el momento de su muerte.

Todavía pienso en él. Su vida me recuerda que aunque es importante considerar las consecuencias a largo plazo de toda decisión, éstas no pueden ser consistentemente más importantes que las consecuencias a corto y mediano plazo. El futuro lejano casi siempre pesa más de lo que queremos reconocer y debe influir en nuestro pensamiento más de lo que habitualmente lo hace. Pero no debe alterar siempre las demás consideraciones temporales.

TIEMPO PARA RECAPACITAR

Si existe una objeción acerca del 10-10-10, esta tiene que ver con el tiempo: “Estoy demasiado ocupado para hacer algo así”.

Cuando se trata de tomar una decisión radical en la vida, es cierto que el 10-10-10 puede tomar horas o incluso más tiempo. Más adelante conoceremos a una ejecutiva publicista que se apoyó en esta metodología para decidir qué hacer con su carrera después de que a su hijo le diagnosticaron una enfermedad mental de origen genético. Puesto que tuvo que recurrir a diferentes opiniones médicas, su decisión tardó casi dos semanas.

Sin embargo, es mucho más frecuente que el 10-10-10 tome el tiempo necesario para tomar un camino acertado. Con este proceso, se malgasta menos tiempo del que se invierte sabiamente.

Tomemos el caso de Natalie, gerente de una empresa de tecnología a quien conocí el año pasado. Simultáneamente con su arduo trabajo, Natalie intenta mantener una fuerte presencia en la vida de su esposo y de sus dos hijos adolescentes, ambos atletas en la secundaria, desde hace dieciocho años. La mayor parte del tiempo logra mantenerse a flote, pero cuando surge algo nuevo debe tomar decisiones inesperadas, rápidamente.

Charlie, el tío de Natalie, nunca había figurado mucho en su vida; cuando falleció a la edad de ochenta y tres años, Natalie se sintió más indecisa de lo que hubiera esperado con respecto a asistir a su funeral. “Apenas lo conocía. Era el cuñado de mi madre”, me explicó. “Pero también sabía que mi asistencia significaría mucho para mis padres y el resto de la familia. Lo interpretarían como un gesto de respeto”.

Con esa reflexión, Natalie decidió asistir a la misa. Hizo planes para salir temprano de la oficina, pero justo cuando estaba a punto de salir, recibió un mensaje de texto de su hijo de quince años. El chico no tenía cómo llegar a su entrenamiento de fútbol; ¿podía ella ayudarlo? Antes de que Natalie pudiera reaccionar, llegó otro mensaje de texto, esta vez de su esposo: tenía que quedarse hasta tarde en la oficina. ¿Podía ella reemplazarlo y llevar a su hijo menor al ortodoncista?

“Bueno, hasta aquí llegó lo del funeral”, lamentó Natalie con frustración y levantó el teléfono para llamar a su madre.

Pero entonces se detuvo. ¿Por qué no aplicar la metodología 10-10-10 al problema? Había conocido el proceso a través de otra madre profesional y desde entonces lo había estado utilizando para resolver conflictos pequeños entre el trabajo y la vida diaria, esos que son el pan de cada día.

Acto seguido, definió su pregunta inmediata de la siguiente forma: “¿Debo asistir al funeral del tío Charlie?”.

Al pensar en las consecuencias a los diez minutos, supo que un “no” sin duda le facilitaría la vida. No tendría que buscar otro medio de transporte para Josh, ni pasar por el elaborado ritual de reprogramar la cita de Todd con la obstinada recepcionista del consultorio odontológico. ¡Qué alivio!

En cuanto a los diez meses, sin embargo, la consecuencia de la decisión de no asistir amedrentó a Natalie. Tenía solo una oportunidad para despedirse de su tío. Más allá de eso, probablemente no tendría otra oportunidad de ver a varios de sus familiares muy mayores de edad, a quienes quería mucho.

¿Y las consecuencias a los diez años? Como madre, Natalie creía firmemente en el viejo dicho: “Los hechos son más fuertes que las palabras”. Si quería enseñar a sus hijos los valores de respeto y responsabilidad, tenía que demostrarlos.

El siguiente número que marcó fue el del celular de su hijo mayor. “Josh, no te puedo ayudar”, le dijo. “Para mí es muy importante asistir al funeral de mi tío, debo demostrarle a mi familia cuánto los quiero. Por favor, pídele al entrenador que te ayude a ubicar quién te lleve”. Después llamó al ortodoncista de su hijo menor y canceló su cita; consideró reprogramarla cuando tuviera tiempo.

Finalmente, de camino a la iglesia, llamó a su esposo para explicarle su decisión. “Estoy contigo”, dijo él cuando ella terminó. Inicialmente, Natalie pensó que sus palabras querían decir “Estoy de tu lado”. Pero el mensaje de su esposo era literal. Después de enviarle un correo electrónico a su jefe, se fue en el carro para acompañar a Natalie a la misa.

Más adelante, cuando le pregunté a Natalie cuánto tiempo había invertido en su decisión 10-10-10, se rió sorprendida. “Ah, no sé”, dijo, “tal vez dos minutos”.

No me sorprendió. He visto que el 10-10-10 resuelve dilemas más complejos con igual rapidez.

Una noche de verano, hace unos años, estaba cortando cebolla para la cena cuando mi hija pasó por la cocina. Con el incidente del baile del hula olvidado hacía tiempo, Sophia se había convertido en una jovencita que adoraba escribir, me imitaba a la perfección y también adoraba el tenis, podía responder un revés a dos manos. Para probarlo, tenía las iniciales del equipo de la escuela enmarcadas en su habitación.

“Mamá, tengo que decirte algo”, dijo calmadamente. “Voy a dejar el tenis”.

Mi corazón dio un vuelco. A lo largo del último año, ciertamente había notado que Sophia acortaba sus entrenamientos; la había oído quejarse de que ya no encontraba placer en el juego. Pero yo guardaba la esperanza de que tan solo estuviera pasando por una etapa transitoria.

Dejé de lado lo que estaba haciendo y me armé del tono de voz más firme que pude.

“Absoluta y rotundamente, no”, dije. “Hemos trabajado demasiado duro y dedicado demasiadas horas para llegar a donde estamos para que lo dejes todo ahora”.

Esperaba una pelea, pero Sophia me sorprendió. En perfecta calma, sacudió los hombros y simplemente respondió: “Está bien, pero hagamos el 10-10-10. ¿Qué tal formular esta pregunta: ¿Debe Sophia dejar de jugar un deporte del cual está hastiada?”.

“Preferiría la pregunta sin tanto énfasis”, dije, “pero está bien”.

Sophia empezó a presentar sus argumentos. En los tres lapsos de tiempo, dijo que el estar libre del tenis le permitiría enfocarse en actividades que ella simple y llanamente disfrutaba más. Insistió en que no dejaría de jugar tenis por completo, pues seguiría haciéndolo como pasatiempo.

“Las universidades querrán ver que has sido fiel al equipo de la escuela”, le respondí, “y en unos diez meses, eso va a pesar. Las universidades quieren muchachos persistentes, que no se rinden ante las dificultades”.

“Las universidades deben ver a la verdadera Sophia”, fue su respuesta, “y no voy a jugar tenis en la universidad, mamá. Vamos, no soy lo suficientemente buena. Para mí no es divertido seguir perdiendo. No es mi deporte. Es el tuyo”.

Ella tenía razón, por supuesto, pero yo no estaba lista para rendirme.

“Cuando seas mayor, dentro de diez o veinte años, vas a desear poder jugar tenis con tus amigos”, dije. “Y conmigo. Podríamos jugar juntas”.

“Podría vencerte a ti y tus patéticas jugadas con una mano atada en la espalda”, me dijo con una leve sonrisa. Aguardó un momento antes de su golpe final; supongo que sabía que iba ganando. “Mamá”, dijo, “esta decisión es sobre mi vida”.

Ante eso, también tuve que sonreír. El juego había terminado y Sophia lo había ganado con todas las de la ley. El 10-10-10 nos había servido de árbitro confiable.

VER LO QUE QUEREMOS VER

El 10-10-10 siempre está presente. No importa el alcance del dilema al cual se aplica, no importan los detalles. Desde la mañana en que descubrí el 10-10-10, o él me encontró, he visto cómo la idea ha evolucionado hasta alcanzar su plenitud y se difunde de persona a persona, a través de fronteras de todo tipo. Porque funciona.

En una época en que el mundo se mueve a la velocidad de la luz y las decisiones son inexorablemente complejas, el 10-10-10 puede ayudarlo a forjar una vida premeditada en la que usted escoja sus opciones, una por una. Puede evitar que usted observe su vida desde afuera, con asombro, consternación o con un remordimiento que lo corroerá por siempre. Le ayuda a decidir si quiere ser una mujer profesional o una madre de familia, o ambas cosas, si una relación debe progresar o terminar, o si vale la pena conservar un empleo.

El 10-10-10 agrega racionalidad donde hace falta. Introduce premeditación donde solo hay instinto. Reemplaza la opacidad por la transparencia.

O como me dijo Antoine alguna vez, el 10-10-10 “acalla el ruido para que la mente pueda ver lo que necesita ver”.

Esto me trae de nuevo a mi primera descripción del 10-10-10 como una herramienta para administrar la vida.

La verdad es que si usted utiliza el 10-10-10 regularmente, éste deja de ser una herramienta, un proceso, un dispositivo o una metodología, y se convierte en un latir infinito que proporciona apoyo.

Se vuelve un estilo de vida.

Reading Group Guide

This reading group guide for 10-10-10 includes an introduction, discussion questions, and ideas for enhancing your book club. The suggested questions are intended to help your reading group find new and interesting angles and topics for your discussion. We hope that these ideas will enrich your conversation and increase your enjoyment of the book. 

Introduction

In this New York Times bestseller, author, commentator, and business journalist Suzy Welch shares the process of 10-10-10, her innovative approach to thinking about—and resolving—the life dilemmas that all too often leave us feeling paralyzed. An antidote to the mounting pressure to make too many choices in too little time, this powerful new idea can be applied to issues encountered at work, in marriage and other personal relationships, as a parent, and a friend. By considering each of your options and projecting their outcomes in 10 minutes, 10 months, and 10 years, you’ll learn how to “get unstuck” and make the kind of deliberate, proactive decisions that lead to the life you truly want for yourself and a future without guilt and regret. The discipline, as illustrated through the personal stories of 10-10-10 users around the world, can ultimately be drawn upon to help you to untangle your priorities, excavate your own deeply-held values, and reclaim your life, one decision at a time.

 

Questions and Topics for Discussion

1. Suzy describes how she came up with 10-10-10 after making a particularly poor decision -- to bring her children along on a business trip to Hawaii in an attempt to “crack the work-life balance code” and make everyone happy. As her plans unravel, she has the scary realization that her life is “living her,” rather than the other way around. Have you ever tried to “do it all” or juggle several major aspects of your life in order to please everyone at once? How did that experience turn out? Were there, in retrospect, alternative choices you could have made at the time that would have caused you to end up in a different place?

2. In her explanation of the evolutionary biology of decision-making, Suzy discusses “hyperbolic discounting,” or the idea that people tend to “act as if the future doesn’t exist or will be ideal.” Can you cite instances where you exhibited this behavior? Out of the immediate, mid-term, and distant future, which timeframe do you typically give the most weight to when making a decision?

3. Suzy talks about the “wisdom” of gut instinct as an imperfect science at best. How often do you rely purely on gut? In what instances have your instincts turned out to be correct? Incorrect? Have your gut decisions left you feeling in control of your life?

4. 10-10-10 becomes much more powerful when you work to candidly identify what it is that you value, and how much. Having read this book, can you name some of your own values and prioritize them? Make a list of values you hold relating to a single area of life: love, friendship, faith, work or parenting -- then do your best to rank order them. Were you aware of these values before? Do you think they have shifted or changed over time? If so, how? Are there any values that you have found difficult to admit to others, or even to yourself?

5. Suzy outlines our all-too-common propensity towards “escalating commitment” or the tendency to stay attached to a project or relationship that is clearly failing. Indeed, most of us have been guilty of staying in an unhealthy relationship too long, or simply out of inertia at one point or another. In light of this, how might you use 10-10-10 to evaluate your relationships, either working alone or in conversation with your partner? How can you both go about bringing your values into the equation?

6. In discussing the application of 10-10-10 in careers, Suzy explains that “no job or profession will ever be right for you if it requires you to work with people who don’t share your values or appreciate you as you are. You have to like your colleagues—and feel authentic around them—if you are ever going to have a career you like.” See if you can come up with an example of a time when the values of your co-workers were in line with your own, as well as a time when they weren’t. How did the overall job experiences differ?

7. Have you ever experienced a career stall? How did you get through it? If you had used 10-10-10, would the outcome have been different? How so?

8. Was there a particular story in the book that echoed a personal experience of your own or that you found you could especially relate to? Explain why.

9. Can you think of a time when you have deliberately ended a friendship or had a friend end one with you? Discuss ways 10-10-10 might help you reconnect with that person (or decide that is not the best route after all). 

10. Identify a parenting dilemma that you or someone you know has faced. Did guilt play a role in the decision process? How was the problem finally resolved? Were the children able to participate in the process? In what ways could 10-10-10 have been used to affect the outcome?

11. Do you often struggle with moments when work and the rest of life  -- be it family time, love, leisure or even faith -- collide? How might you use 10-10-10 to better communicate with everyone involved?

12. Before you heard about the 10-10-10 process, how did you typically approach difficult decisions?

13. Is there a choice you have made in the past that you especially regret? Why? How might have 10-10-10 changed the experience?

14. In the final chapter, Suzy offers 10-10-10 as one solution to a general lack of happiness that she feels too many people experience today, perhaps as a result of rushed or compromised decision-making. Do you agree with her observation? Try to create your own “Happiness List” of people or couples you know who are truly happy. What percentage of your circle of friends makes the cut? What strategies do you think have helped this group maintain their happiness? What keeps people from being happy?

 

Enhance Your Book Club

1. Please check out Suzy’s website at www.SuzyWelch101010.com and post a 10-10-10 story of your own.

2. You can also follow Suzy on Twitter: @SuzyWelch | www.twitter.com/SuzyWelch.

3. Together, Jack and Suzy Welch authored the #1 bestseller Winning, and they also currently write a weekly column for BusinessWeek on business and career challenges. Find out more about their work at www.WelchWay.com.

About The Author

Photo Credit: Deborah Feingold

Suzy Welch, former editor-in-chief of the Harvard Business Review, is a work-life columnist for O The Oprah Magazine.  She is the coauthor, with her husband Jack Welch, of the New York Times  bestseller Winning and of “The Welch Way,” published in BusinessWeek magazine and internationally by the New York Times Syndicate. She lives in Boston.

Suzy Welch es una destacada periodista, autora y oradora. Es columnista en temas de trabajo y vida para la revista O, The Oprah Magazine y colaboradora de O’s Big Book of Happiness (El gran libro de la felicidad de O) y ejerce como Ejecutiva Residente en el Centro de Liderazgo de Mujeres de Babson College. Suzy, madre de cuatro adolescentes, es ex editora de Harvard Business Review, y co-autora, con su esposo, Jack Welch, del libro Winning, que ocupó el primer lugar entre los libros más vendidos. La columna de ambos, “The Welch Way,” (El sistema Welch) se publica nacionalmente en la revista BusinessWeek y se distribuye internacionalmente por la agencia periodística New York Times Syndicate.

www.suzywelch101010.com

 

Product Details

  • Publisher: Atria Books (April 6, 2010)
  • Length: 288 pages
  • ISBN13: 9781439109243

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Raves and Reviews

“Suzy Welch deslumbra con ideas brillantes”.
—Daniel Goleman, autor de Emotional Intelligence

"Una estrategia para triunfar".
— Vanity Fair

“Un enfoque rápido y razonado de la toma de decisiones”.
CNN

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