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Más allá de la vida (There's More to Life Than This)

Mensajes sanadores e historias asombrosas desde el Otro Lado

About The Book

Para los seguidores del programa de TLC Long Island Medium y para cualquier persona interesada en preguntas sobre la existencia, la muerte y en entender lo que es realmente importante en la vida, la autora bestseller del New York Times y médium Theresa Caputo nos comparte cómo descubrió su don y sus múltiples encuentros con Espíritus.

La respetada y querida médium Theresa Caputo, nos abre la puerta a su mundo y nos invita a vivir junto a ella su don de comunicarse con aquellos que han partido al Más allá. La siempre divertida y franca médium comenzó a comunicarse con los Espíritus a la edad de cuatro años, pero no pudo vivir en paz con este hecho hasta los treinta y tres años, cuando se dio cuenta de que hacerlo le hacía sentirse mejor consigo misma. Desde entonces ella ha usado su extraordinario don para ayudar a los demás a sanar las heridas tras la pérdida de un ser amado.

En Lo que hay más allá de la vida, Theresa nos deja entender cómo funciona su labor como médium, lo que sucede con el alma cuando muere, lo que los Espíritus describen como el Cielo, lo que los difuntos quieren que sepamos, la importancia de tener una vida positiva y los múltiples papeles que la familia, amigos, ángeles, guías, y que Dios tienen aquí y en el más allá. También explora cómo reconocer las señales que nos envían nuestros seres queridos ya fallecidos cuando tratan de comunicarse. El objetivo de este libro es hacernos ver que hay mucho más de lo que habitualmente consideramos como el mundo real; que confiemos en nuestras percepciones, y que sepamos que nuestros seres queridos ya fallecidos descansan en paz y están con nosotros de un modo diferente, observándonos, queriéndonos y protegiéndonos.

A través de su historia personal y, anécdotas de sus clientes Theresa nos ayuda a comprender lo incomprensible de la muerte y a apreciar las importantes lecciones y mensajes que debemos acoger cada día.

«Quiero que sepas que tus seres queridos están contigo, y que desean comunicarse y que la vida sigue en forma de espíritu tras la muerte física.»

Excerpt

Más allá de la vida 1 EL ESPÍRITU Y YO: UNA UNIÓN HECHA EN EL CIELO
No nací en la parte de atrás de un carromato gitano y no crecí leyendo el futuro en Bayou. Los únicos cristales que llevo son los Swarovski que cubren mis zapatos Louboutin. Puede que no sea la imagen que tienes en mente de una médium, pero a los muertos no les importa. Me han estado alentando a que transmita sus mensajes desde que era una niña y eso es lo que me siento comprometida a hacer y por lo que me siento afortunada.

Crecí en Long Island en una ciudad llamada Hicksville, con mamá, papá y mi hermano menor, Michael. Mi madre era contadora y mi padre era supervisor de obras públicas del condado de Nassau. Estábamos muy unidos y seguimos estándolo. De hecho, la mayor parte de mi vida crecí en la casa de al lado de la que vivo ahora. Tenemos una puerta en la parte de atrás que conecta los dos patios y a papá le encanta usarla para entretenerse en ambos huertos de tomates. Cuando la gente viene a una consulta, se sientan en la mesa del comedor que da justo al patio trasero. Siempre les digo: “Si ven a alguien ahí fuera, no es un muerto deambulando, ¡es mi padre!”

Tuve una infancia llena de amor y felicidad, me crié en la más absoluta normalidad. Estaba en un equipo de fútbol benéfico y en la liga de bolos. Me gustaba peinar a mis muñecas; siempre pensé que sería peluquera. Tenía buenos amigos, sacaba buenas notas y pasaba gran parte de mi tiempo libre con mi familia. Siempre estaba con mis primos, abuelos, tías y tíos. Los jueves comíamos espaguetis con albóndigas en casa de Nanny y Pop; los sábados, pintaba cerámica con la tía G; y los domingos toda nuestra gran familia iba a casa de Gram y el abuelo al salir de la iglesia para pasar la tarde comiendo, riendo y contando anécdotas.

Era como la versión de Long Island de una comedia en televisión con la diferencia que nos mantenía literalmente a todos despiertos hasta tarde. Solía tener las pesadillas más terribles, lo que no tenía sentido si pensamos que mis días eran tan tranquilos. Estos son mis primeros recuerdos de ver, sentir y escuchar al Espíritu, aunque no sabía que eso era lo que estaba ocurriendo. Mi primera experiencia real la tuve cuando tenía sólo cuatro años. En aquel tiempo vivíamos en la casa de la infancia de mi padre que está justo al lado del museo Hicksville Gregory, un antiguo juzgado de 1915 que también tenía celdas para los prisioneros en su interior. Algunas personas creen que edificios antiguos como las prisiones, con su historia de dolor y sufrimiento, pueden atrapar al Espíritu. ¡Menudo sitio para precisamente yo vivir cerca! Además, tenía un sueño recurrente en el que, desde una ventana de la segunda planta de nuestra casa, veía a un hombre pasear por la acera de enfrente. Cantaba mi nombre, Theresa Brigandi, Theresa Brigandi, Theresa Brigandi..., una y otra y otra vez. ¿Te puedes imaginar lo terrorífico que resultaba eso para una pobre niña de cuatro años? Nunca llegué a verle la cara al hombre pero siempre andaba encorvado con un bastón que llevaba una cinta hecha un hatillo en la punta. Iba vestido con harapos y parecía un vagabundo.

El Espíritu más adelante me dijo que ese sueño en realidad era una aparición y ahora estoy convencida de que aquel “hombre” era uno de mis guías espirituales en aquel momento de mi vida. Eso no significa que el espíritu guía sea literalmente un vagabundo. Es algo más parecido a esas historias de la Biblia en las que la gente invita a su casa a un pobre y luego descubren que era un ángel. Ahora creo que un vagabundo es la modesta forma que mi guía tomó para que entendiera la referencia a la escuela dominical y me sintiera bien cuando me llamaba. Me educaron en la fe católica que aún practico, por lo que estoy segura de que mi guía se presentó a sí mismo a través de mi marco de referencia, un poco como cuando el Espíritu me muestra signos y símbolos durante una sesión ahora. Lo hace de forma que tenga sentido para mí, para que me sea fácil interpretar el mensaje.

Cuando tenía cuatro años, un indigente equivalía a un hombre amable y piadoso, al menos cuando estaba despierta. Por la noche, ver, escuchar y sentir a alguien me hacía gritar como si me estuvieran atacando con violencia. Igualmente, no creo que estuviera experimentando una versión negativa del Espíritu, y no estaba soñando que el Espíritu me zarandeaba ni nada; los sueños como tales no eran “malos”. Estaba aterrorizada porque sentía la energía del Espíritu a la vez que veía y oía cómo me hablaba de esta forma tan real y personal.

Mis gritos inconsolables inquietaban más a mi familia que lo que los causaba y mi vida social acabó siendo limitada. No podía dormir en las casas de mis amigas o dormir en casa de mi abuela sin preguntarme qué era lo próximo que iba a sentir. No me sentía a salvo más que en casa y ni siquiera podía estar segura de eso. Además del vagabundo, también vi a mi bisabuela por parte de madre. Murió cuatro años antes de que yo naciera y no supe quién era hasta mucho después cuando vi una foto suya. Pero nunca me olvidaré de ella de pie al lado de mi cama. Era bajita con el pelo oscuro y con un vestido sencillo. También gritaba como una loca cuando la veía. Pobre mujer, no era un monstruo de tres cabezas, pero ¡reaccionaba como si lo fuera!

Por la mañana olvidaba casi todos esos terrores nocturnos y cuánto habían durado. Me han contado que se me pasaban cuando mi madre o mi padre encendían la luz y entraban corriendo en mi cuarto. ¿Hacía eso que el Espíritu se marchara? No lo sé. Pero al cabo de un tiempo, mi madre inventó una oración para ayudarme a mantener alejado al Espíritu. Decía: “Querido Dios, por favor protégeme durante la noche. Bendice...” y nombraba entonces a todas las personas que había en nuestras vidas y aquellos que estaban en el Cielo. Y aunque parezca mentira, cada vez que rezaba la oración antes de acostarme, dormía profundamente y también lo hacían mis padres. Seguí haciéndolo cuando llegó el momento de mudarnos a la casa nueva, en la que ahora viven mis padres, aunque siempre dejaba la luz del pasillo encendida.

El Espíritu no me daba tregua ni cuando viajaba con mi familia. Solíamos ir de vacaciones juntos, incluyendo una acampada anual con mis abuelos durante todo el verano. Casi todos allí eran afortunados si tenían una tienda de campaña con una lámpara Bunsen; nosotros teníamos un fantástico tráiler con ducha, cocina y un porche cubierto por los cuatro costados para que los insectos no llegaran a la comida. De todo. Mi abuela me hacía huevos revueltos y tostadas con mantequilla por las mañanas y, por las tardes, hacíamos carreras de bicicletas y nos íbamos al lago a columpiarnos en una rueda colgada de un árbol. Por la noche jugábamos en las máquinas de pinball en los salones recreativos, asábamos marshmallows y cantábamos canciones de campamento. ¡Era como una Girl Scout! Pero no importa lo bien que lo pasáramos de día, o lo relajada que estuviera, mis terrores nocturnos atacaban igual que cuando estaba en casa. ¡Sólo que en esta ocasión todo el campamento me oía! Mis abuelos incluso dieron aviso previo a nuestros vecinos de campamento: Si oyen gritar a alguien como si lo estuvieran matando, no es un oso o un loco que anda suelto. Es sólo Theresa que tiene terrores nocturnos. Una vez, mis abuelos querían que durmiera con ellos en una tienda de campaña y yo me moría de miedo de pensarlo. Me sentía más segura en el tráiler, sobre todo porque veía sombras a través de las cortinas. Me resistí tanto a quedarme fuera que pataleé y grité, y le partí el labio a mi padre. ¡Se enfadó tanto! Estuvo a punto de darle un puñetazo al farol y prenderle fuego a la tienda.

A pesar de que manejaba mucho mejor las apariciones del Espíritu durante el día, no dejaban de sorprenderme. De hecho, recuerdo claramente ver personas en formato tridimensional pasearse por delante del televisor. Me sentaba en nuestro sofá verde de tweed, viendo un programa infantil, y veía pasar a alguien que luego desaparecía. Una vez, esto ocurrió cuando nos cuidaba una niñera y le pregunté si había visto lo mismo que yo. Me dijo que no y me miró raro, así que lo dejé pasar. Llegué a preguntarme si veía cosas raras o tenía una imaginación desmesurada, pero no me obsesioné demasiado. Es como cuando ves una sombra con el rabillo del ojo o miras demasiado rato y después ves una silueta amarilla flotando por la habitación. Presumes que estás viendo cosas raras sin darle la menor importancia. También recuerdo que, de pequeña, un año en Pascua me regalaron un juego de cocina y, cuando terminé de jugar a las casitas, ordené las cosas de cierta forma y, al volver a buscarlas a la mañana siguiente, estaban en un sitio totalmente distinto. Seguro que el Espíritu también fue el culpable de eso. En serio, ¡sé que mi hermano Michael no las tocó!
¿Quién es quién para decir que algo es normal?
A medida que crecía empezaba a sentirme ansiosa y rara dentro de mi propio cuerpo. No conseguía averiguar cuál era la causa. Le decía a mi madre: No me siento bien. No siento que soy parte de algo. Me siento distinta. Me sentía como si estuviera pasando algo que necesitara explicación. Uno de los lugares donde me sentía a salvo y segura de verdad era la iglesia. Incluso tocaba la guitarra en un grupo folclórico allí. La casa de Dios era la otra casa, aparte de la mía, donde me sentía en paz y a gusto en mi propia piel. A menudo digo que, si no fuera médium, podría haber sido esquizofrénica o monja. En serio, a veces me parecen las dos opciones más realistas. ¿Te imaginas? Mis padres me mimaron y me dieron muchísimo amor pero eso no quitaba el hecho de que yo sintiera que había algo en mí que no era normal.

A veces le preguntaba a Dios por qué ocurría todo aquello, por qué sentía miedo todo el tiempo. Pero nunca me enfadé con Él o perdí la fe. No era así como me habían educado. No me gusta usar la palabra “religiosa” pero sí vengo de una familia con una fe muy firme. Me enseñaron a rezar una oración por la noche y antes de cada comida. Mis padres tenían también una mente abierta sobre la espiritualidad. Es cómico, porque no todos los católicos son así. Pero para nosotros, fe, espiritualidad..., todo viene de Dios.

Cuando no estaba en la iglesia, mi ansiedad llegaba a empeorar tanto que no quería salir de casa. No sabía cuándo iba a sentir o percibir algo en cualquier momento del día. Me di cuenta de que cada lugar transmitía una sensación diferente y a veces me sentía como observada. Cuando le dije esto a mamá me sentó y me dijo: “Tu lugar seguro eres tú misma”. Podía ir a cualquier parte porque yo era mi propio fundamento. Durante mucho tiempo, esta actitud funcionó.

Aun así, estaba claro que veía y sentía cosas que los demás no veían ni sentían. Cuando iba al mall o a la bolera con mis amigos, les preguntaba si habían visto pasar a un hombre o si habían oído a alguien llamarlos, porque yo secretamente lo había visto. Y respondían: “Pues... no, ¿a qué te refieres?”. O a veces recibía un mensaje y presumía que se trataba de mis propios pensamientos sin darme cuenta de que tenía significado, o que incluso había pensado en algo, hasta que se confirmaba después. Por ejemplo, si iba camino de la feria tal vez escuchaba una voz que me decía: “No comas algodón de azúcar”. Yo lo ignoraba y luego me enteraba por una amiga de que el algodón de azúcar le había sentado mal. Pero, aun entonces, sólo pensaba que tal vez tenía mejor intuición acerca de la gente y las situaciones que algunos amigos o desconocidos.

Creí en fin que yo era mi lugar seguro. De modo que ver, escuchar y sentir algo alrededor de mí todo el tiempo se convirtió en normal. Los médicos siempre han dicho que nuestros cuerpos están hechos para adaptarse; si una sensación o experiencia dura lo suficiente, el cerebro aprende a ignorarla, evitarla o simplemente tratarla con normalidad. Ahora sé que ver y sentir al Espíritu no es lo más común en las personas, pero para mí era rutinario y no tenía a mucha gente que me dijera lo contrario. De niña, mi familia y amigos se reían cuando a veces decía cosas raras pero nunca fueron más allá. (¡Mamá hace poco bromeaba de que mis habilidades le daban un significado totalmente nuevo y distinto a mis referencias de que había un monstruo, un amigo imaginario o un fantasma en la habitación!) Y aunque muchas veces mis amigos no estaban de acuerdo con lo que yo oía o veía, sí tuve familiares que tenían experiencias parecidas porque también eran sensibles. De hecho, mi primo Johnny Boy solía burlarse de mí y de mi prima Lisa llamándonos raritas, y nos llamaba Para y Noica cuando le decíamos que habíamos visto o sentido cosas. También solíamos ir de compras por separado, ¡y volvíamos a casa con la misma ropa! Pero en aquellos tiempos todo lo que Lisa y yo sabíamos era que teníamos experiencias comunes e inusuales provocadas por los encuentros con lo que hoy sabemos que es el Espíritu, una parte de nuestras vidas. Y en lo que se refiere al pedante de mi primo Johnny, viviendo en casa de mi abuela diez años más tarde, la vio de pie en el pasillo cuando salía de darse una ducha. ¿Quién se ríe ahora?

Cuando mis amigos se convirtieron en adolescentes vociferantes, las cosas empezaron a cambiar. Entre los doce y los catorce años empecé a sentirme menos cómoda con lo que sucedía a mi alrededor, sobre todo por la reacción de la gente a mis observaciones. Mi familia seguía mostrándose indiferente a lo que yo decía, pero cuando a veces le preguntaba a un amigo si había visto o sentido algo, respondía: “No, qué raro, no hay nadie ahí. ¡Nadie oye o ve las cosas como tú!”. Lo que una vez pareció normal ahora ya no lo era, por lo que decidí bloquear todo lo que experimentaba. No decía una oración especial para que el Espíritu cesara ni nada, sólo ignoraba sus intentos de comunicarse conmigo. Piensa que esto fue antes de que en cada canal de televisión hubiera un programa de fantasmas y John Edward fuera un nombre conocido. La gente no hablaba de estas cosas. Nadie, incluso yo, podía haber imaginado lo que de verdad estaba pasando. Nunca fue parte de una conversación agradable y normal.

A los dieciséis años, tenía la suerte de no haber perdido a muchos seres queridos, pero eso también significa que no se me aparecía ningún Espíritu conocido. Cuando Nanny, la madre de mi padre, murió, me quedé destrozada. Éramos muy unidas y todo el mundo la echaba mucho de menos. Después de su muerte, la hermana mayor de mi padre hizo que una vidente viniera a casa de Nanny. En aquel momento no entendí por qué, pero ahora creo que era para ponerse en contacto con ella. Yo no quería ir y me daba un poco de miedo, más que nada porque no sabía lo que era una vidente ni lo que hacía. Pero sabía que me sentía a salvo en casa de Nanny, así que finalmente fui. Y por primera vez en mucho tiempo no ignoré al Espíritu.

Sentí la energía y el alma de Nanny cerca de la ventana y mi familia no cesaba de preguntarme por qué yo me había quedado al lado de la cortina cuando todo el mundo estaba en la mesa. También me preguntaban con quién hablaba aunque no recuerdo lo que yo decía. (Es similar a cuando, después de canalizar para otros, no recuerdo lo que el Espíritu me dijo.) Después de un minuto así, mi familia tuvo que interrumpirme en su forma habitual de burla. No se lo tomaron muy a pecho ni se asustaban.

—Theresa, ¿con quién hablas?

—Hablo con Nanny.

—Sí, claro. Nanny está muerta.

—Yo sé que está muerta, pero estoy hablando con ella.

Es posible que mi tía y mis primos estuvieran confundidos, pero no le dieron importancia. Yo era famosa por soltar cosas sin sentido, pero ¿era eso más raro que invitar a una vidente a tomar café? Estaban abiertos a conversaciones espirituales que yo aún no había siquiera considerado.

Cuando recuerdo esto ahora puedo oler físicamente la casa de Nanny y ver todo lo que había dentro, los muebles cubiertos con plásticos, mesas con superficie de mármol, el brillante candelabro del comedor, un cuadro de La última cena y aquellas cortinas doradas. Todo muy llamativo e italiano. Y, a medida que cuento esta historia, tengo una visión, como una película que pasa rápida ante mis ojos, de Nanny de pie delante de los fogones, fumando su cigarrillo hasta convertirlo en una larga tira de ceniza colgando sobre una olla de espagueti hirviendo. Dejaba que el cigarrillo se consumiera hasta que sólo quedaba el filtro y a pesar de eso la ceniza jamás cayó en la salsa. Le encantaban sus joyas y, en mis recuerdos, lleva puestos todos aquellos diamantes. Como yo.

Después de mi pequeño encuentro con Nanny, volví a ignorar al Espíritu completamente. Mi tío Julie murió en mi último año de secundaria y, en aquellos tiempos, mi ansiedad empezó a ser peor que nunca. Desarrollé fobias aleatorias, muchas de las cuales tenían que ver con el hecho de sentirme claustrofóbica. Los terrores nocturnos habían pasado hacía tiempo pero mis hábitos de sueño seguían siendo inestables. En lugar de despertarme gritando, saltaba de la cama sintiendo que me ahogaba, que no podía respirar.
Entonces llegó Larry
Mis dieciocho años fueron un desastre total. ¡Fue cuando conocí a mi marido, Larry! Cuando mi tía llevó a la vidente aquella primera vez que vi el espíritu de Nanny, la mujer me dijo que iba a conocer a alguien mucho mayor que yo con barba y bigote. En aquel entonces, pensé que la vidente estaba chiflada, pues yo estaba saliendo con alguien ya y ni siquiera me gustaba el vello facial. Dos años más tarde, sin embargo, conocí a Larry y por supuesto tenía barba, bigote, y era once años mayor que yo.

Fue amor a primera vista. Larry tenía un pelo increíble, pegado a las sienes, con volumen en la parte de arriba y largo por detrás. También era muy elegante vistiendo y tenía un buen cuerpo. Parecía un motociclista pulcro y aseado. Él dice que yo era una graciosa chispa que hacía bromas e iluminaba cualquier habitación. Larry trabajaba en el negocio de su familia, una compañía petrolera, y yo trabajaba a tiempo parcial en el servicio de atención al cliente. Nunca fui a la universidad porque me daba demasiado miedo dejar a mi familia y abandonar mi zona de confort. Soñaba con ser peluquera o secretaria de un bufete, pero eso significaba desplazarme hasta Manhattan para encontrar buenos trabajos, lo que era demasiado apabullante para mí: trenes, ascensores, rascacielos, atascos... Ése no era mi mundo.

Larry me cuenta que iba al trabajo con la anticipación de ver lo que me había puesto, porque era mi época Madonna. Solía llevar pantalones ajustados, grandes cinturones, camisetas de rejilla que dejaban al descubierto un hombro y guantes sin dedos. Pero que el amor me tuviera distraída no quiere decir que mi ansiedad desapareciera. Hice todo lo que pude por reprimirla pero aquello sólo empeoró las cosas. No quería que Larry creyera que estaba loca y yo seguía preguntándome de vez en cuando si lo estaba. A veces veía siluetas u oía cosas, pero en aquel momento estaba en un punto de negación tal que estaba convencida de que todo estaba en mi imaginación.

Decidí ir a ver a un terapeuta que, sesión tras sesión, no dejaba de repetirme que no tenía nada malo. Y yo le decía: “Ben, sí me pasa algo malo. No me siento bien”. Me preguntó sobre mi infancia y le expliqué que había sido idílica. ¿Mi familia y amigos ahora? Bien. ¿Tu novio? Divertido y excitante. ¿El trabajo? ¡Bien! La única causa que pudo encontrar para mi angustia crónica fue que venía de una familia ansiosa y puede que eso fuera algo genético. Pero no pudo darme una buena razón médica o psicológica de por qué me sentía tan terriblemente mal como me sentía.

No pude ocultarle mis ataques de ansiedad y mi larga lista de fobias a Larry durante mucho tiempo, sobre todo cuando estábamos en el automóvil o en otros espacios cerrados. Parece que cuando peor estaba era cuando mi mente estaba relajada. Si estábamos en un atasco en la autopista de Long Island, empezaba a fruncir el ceño porque sabía que estaba a punto de perder los estribos. Luego gritaba con todas mis fuerzas y, aunque el automóvil estuviera en marcha, le rogaba y le suplicaba que se desviara para poder salir de allí enseguida. Me ocurrió incluso en salidas con otra pareja dentro del automóvil. Mi ansiedad no tenía vergüenza. Los ataques de pánico acababan ocurriendo y me ayudaba mucho que Larry siempre se mantuviera sereno. Igual que yo, él no tenía idea de lo que me causaba tanto estrés, pero me alegro de que no se asustara y saliera huyendo.

Larry y yo nos casamos cuando yo tenía veintidós años. Enseguida lo sobresalté en mitad de la noche. Me despertaba llamándolo a gritos y pidiendo ayuda llorando. Luego se me pasaba, volvía a la cama y por la mañana no recordaba nada. También hablaba en sueños. Nunca dejé que Larry nos tapara la cabeza con la sábana, ni siquiera en broma. Una vez nos tapó con una manta mientras veíamos televisión y empecé a gritar. Nunca más volvió a hacerlo. Pero, bueno, Larry sabía que la ansiedad era parte del paquete y me quería tal como era.
En salud y enfermedad
Mi marido dice que a pesar de que lo obligué a que subiéramos por las escaleras en lugar de en el ascensor cuando estaba de parto de nuestro hijo, Larry Jr., estaba inusualmente tranquila y controlada durante el parto. Luego, mi ansiedad subía y bajaba, pero normalmente me sentía mejor ahora que tenía la nueva responsabilidad de cuidar a un hijo. Incluso podía viajar bien.

Desde que estaba en tercer año de secundaria, siempre tenía un cigarrillo entre mis dedos de uñas pintadas. Nunca bebí ni consumí drogas pero fumar era mi vicio. Lo dejé cuando me enteré de que estaba embarazada de mi hijo pero, dos o tres años más tarde, volví a fumar cuando los niveles (ya familiares) de estrés atacaron de nuevo. Creía que fumar me relajaría aunque al parecer me hacía sentir pesadez en el pecho, lo que sólo aumentaba mi ansiedad.

Dejé de fumar de nuevo cuando quedé embarazada de Victoria, a los veintisiete años, y después volví. La ansiedad se volvió espantosa. Peor que nunca. Recuerdo un incidente horrible en Disneylandia después de estar un tiempo sin viajar. Llegamos a nuestra habitación de hotel con los niños y enseguida empecé a perder los estribos. Mi madre y mi tía tuvieron que coger el tren desde Nueva York para calmarme. Como si un ataque de pánico severo no fuera suficiente, la tomé con mi marido. Él dice que yo necesitaba un chivo expiatorio. Los niños nunca me habían visto tan mal y se veían aterrorizados viendo a su madre descomponerse ante sus ojos.

En diciembre de 1999 me puse muy enferma sin motivo. No soy una persona enfermiza. Incluso cuando los niños eran pequeños y traían gérmenes repugnantes del colegio, rara vez me resfriaba o cogía la gripe. Pero esto fue la cosa más rara. Una mañana me estaba arreglando para una boda y estaba bien, luego de repente estaba con cuarenta de fiebre. Mi padre me llevó literalmente cargada a la consulta del médico. Estuve en cama dos semanas, lo cual fue muy duro porque mi hijo Larry tenía nueve años y Victoria, cinco. Mi marido era de gran ayuda, como siempre, pero no podía darme el lujo de quedarme en cama. Ni siquiera recuerdo la primera y delirante semana de todo esto. Y durante la segunda, seguí allí acostada. No podía caminar, comer ni ir al baño. Tampoco podía fumar.

Mirando atrás, creo que Dios estaba desintoxicando mi cuerpo durante ese tiempo. Las drogas, fumar, los narcóticos, todas esas cosas ensucian tu aura y destrozan tu energía. Y fumar, en concreto, tiñe tu aura de gris. Me mantuve alejada de los cigarrillos cuando mejoré. Eso no significa que fuera agradable vivir conmigo. Recuerdo a mamá decirme: “Eres insoportable sin nicotina, ¡vuelve a fumar!”. ¿Sabes lo que le contesté? “¡Dios me está obligando a dejarlo!”.

La racionalidad me salió por la boca. Me detuve a pensar. ¿De dónde salió eso? ¿Por qué dije algo así? Fue en ese momento que supe que dejar de fumar era obra de Dios. Porque aquellas palabras no habían salido de mi mente. En trece años no he vuelto a tocar un cigarrillo.

Cuando canalizo el Espíritu lo hago desde un lugar donde obra el más alto bien, y eso requiere que mi cuerpo, mente y alma estén sanos y puros. Mirando atrás, no habría sido capaz de desarrollar mis habilidades si hubiera continuado llenando mi cuerpo de sustancias nocivas, como la nicotina. Pero en aquel entonces lo único que sabía era que Dios quería que dejara de fumar. Algunos alimentos empezaron a sentarme mal también. Los Doritos y comer en Wendy’s hacían que me atontara y tuviera una sensación de mareo, como si no pudiera concentrarme. Alucinaba cuando comía GMS. Una vez, cuando salía de un restaurante chino embarazada de mi hijo Larry, tuve una de esas conversaciones surrealistas que me recordaron mi infancia.

—Oye, ¿viste ese perro en el auto?

—¿Qué perro?

—¿No lo oyes ladrar?

—Cariño, no hay ningún perro.

—Es un perro siberiano, ¡acaba de guiñarme un ojo!

Más tarde supe que los perros siberianos son considerados perros muy espirituales por estar estrechamente relacionados con el lobo, que en la cultura de los nativos americanos es el mejor maestro espiritual del reino animal. Sospecho que el GMS, por ser un producto químico, me ayudó a potenciar la visión y cuando la gente altera la química de su cuerpo puede provocar ciertas locuras en su alma.
Un encuentro fortuito
Con veintiocho años era un completo desastre. Acababa de dejar de fumar y mis ataques de ansiedad no paraban. No quería salir de casa y tenía un miedo constante de que algo malo sucediera si lo hacía. Mi terapeuta llamaba a esto “ansiedad anticipatoria”, que es cuando anticipas sucesos futuros de forma que te provoca ansiedad, lo cual interfiere con tu habilidad de funcionar en tu vida diaria. Pensar en ir a trabajar, a la carnicería o a una fiesta de cumpleaños hacía que mi mente se tambaleara.

Una noche, Mamá celebró una reunión de velas (igual que con los Tupperware pero con velas aromáticas) y decidí acercarme a última hora. Vivía en la casa de al lado. Pat Longo era una amiga de Mamá sanadora espiritual que trabaja con gente que sufre de males físicos o emocionales, incluida la ansiedad crónica; también da clases de cómo llevar una vida equilibrada, positiva y completa que incluye meditación y sanación. Igual que yo, Pat también decidió en el último momento ir a la reunión de mi madre. Estas decisiones de última hora no dicen mucho de sus fiestas, por cierto.

Le conté a Pat lo de mi ansiedad y lo enferma que había estado y a pesar de que hacía años que la conocía —su hijo y mi hermano crecieron juntos— no tenía idea de la ansiedad que sufrí de niña y por supuesto aún menos acerca de que sentía al Espíritu. Puso sus manos en mi cabeza y empezó a canalizar energía sanadora de Dios. Durante las tres semanas siguientes me sentí tan tranquila que quise hacerlo de nuevo. Pero cuando llamé para hacer una cita, Pat me dijo que no necesitaba otra sanación, que no había nada que sanar en mí. Me preguntó si mejor quería asistir a su clase de conciencia espiritual para darle cierta perspectiva y equilibrio a mi vida. Sospechaba que la comunicación con el Espíritu causaba mi malestar pero no me lo dijo enseguida.

Lo que Pat hizo me ayudó a sentirme mejor, por lo que decidí ir a la clase. También le confié a ella lo bien que me sentía porque mi familia la conocía hacía años. Si Pat hubiera sido una sanadora espiritual cualquiera, no habría sido capaz de creer en ella ni en su evaluación. Yo ponía buena cara por mi familia y amigos pero seguía siendo frágil en mi interior y no me habría sentido segura con cualquiera. También sabía que me sentiría segura en las clases de Pat porque mi madre había hecho el curso hacía algunos años. De hecho fue una de las primeras alumnas de Pat, aunque sólo fue para aprender a sentirse positiva y sana por dentro y por fuera. Mi padre y nosotros, sus hijos, solíamos burlarnos de ella diciendo: “Aaaah, esta noche tienes clase de vudú”. Pat dice que mamá estaba empezando a tocar la superficie de sus propias habilidades al final, pero puso su energía espiritual al servicio de la iglesia en lugar de desarrollarla más por su cuenta.

Tras aquella primera noche en la clase de Pat, me desvié y no volví hasta al cabo de... un año. Cuando al final lo hice, las clases eran los miércoles y cada semana caía un aguacero. Una de mis fobias era conducir bajo la lluvia, por lo que me salté las clases durante ese primer mes. Pero en mi interior quería que aquello funcionara así que practiqué conduciendo bajo la tormenta dando vueltas a la manzana. Estaba lista para volver a clase al mes siguiente aunque siguió lloviendo cada miércoles.

Creo que el Espíritu hizo que lloviera para que superara mi miedo en el camino de perfeccionar mi don. Esto no debería sorprenderme, ¡siempre llueve cuando sucede algo importante! Hubo monzón el día del baby shower de mi hijo y en la comunión de mi hija, el huracán Hugo pasó el día de mi boda. Arrasó la isla de Saint Thomas y tuvimos que cancelar nuestra luna de miel. Incluso cuando grababa The Tonight Show hace algunos años, algo que me intimidó y fue algo muy importante para mí, caían granizos de punta. Los productores de Jay Leno me aseguraron que nunca llueve tanto en Los Ángeles en octubre y, cosa curiosa: en cuanto terminé la grabación del programa a las cinco de la tarde, salió el sol.
¿Soy una qué?
“Eres una médium”, me dijo Pat en la clase una noche. Mucha gente estaba descubriendo sus propios dones y aquel era el mío. “Tienes la habilidad de hablar con los muertos. Si aprendes a controlar la energía que te rodea, podrás aprender a controlar y entender mejor tu ansiedad”.

Ésa fue la primera vez que consideré que mi ansiedad y todas aquellas cosas que veía de niña y que me obligaban a ignorar podrían estar relacionadas. ¿Quién iba a saber que había consecuencias reales y físicas por rechazar lo que había estado viendo, oyendo y sintiendo?

Pat me explicó que una de las razones por las que el Espíritu me provocaba ansiedad es que canalizo a través de mis chakras. Lo ideal es que entre por el chakra corona, en la cabeza, fluya por todo mi cuerpo y luego se libere a través de mis palabras. Pero cuando el Espíritu estaba intentando entregarme un mensaje, lo canalizaba a través de la coronilla y yo le bloqueaba el paso en el pecho, lo que provocaba que el corazón se me acelerara o tuviera palpitaciones. También sentía un peso y una presión en el pecho, como si un elefante se me hubiera dormido encima. Ni siquiera sé mucho sobre los chakras, sólo que tengo que mantener el chakra corona, tercer ojo, chakra garganta, chakra corazón, chakra plexo solar, chakra sacro y chakra raíz alineados y en equilibrio para no volverme loca.

Pat también dijo que el tipo de canalización que utilizaba era lo que me provocaba los ataques de pánico. Hay muchas formas en las que los médiums experimentan al Espíritu. Una “clarividente”, por ejemplo, tiene mayormente visiones, y un “clariaudiente” usa principalmente el sentido del oído. Pat me explicó que soy “empática”, lo que significa que sobre todo siento al Espíritu y utilizo mis otros sentidos para rellenar los huecos. Por ejemplo, un mensaje puede empezar haciéndome sentir un poco de opresión en la zona de la garganta, lo que significa que hay un alma que intenta decirme que su muerte tuvo cierta conexión con la garganta, que fue incapaz de comunicarse antes de su fallecimiento o que no pudieron despedirse (un símbolo para mí puede significar muchas cosas, luego hablaré más sobre eso). Pero yo sentía que la garganta se me cerraba sin saber que ésa era la forma que tenía el Espíritu de transmitirme un mensaje y todo lo que sabía era que me estaba ahogando, lo cual desencadenaba un ataque de pánico.

Podía estar teniendo una conversación normal con alguien en el supermercado, por ejemplo, y de repente sentir que no podía respirar o que me estaban estrangulando. Ahora sé que el Espíritu estaba intentando comunicarse conmigo, pero hace quince años era como para salir corriendo. Como he dicho antes, esto podía pasarme incluso cuando dormía. En cuanto conseguía salir de la situación o me despertaba, todo iba bien, pero no era más que un paliativo. También sentía que algunos sitios eran mejores que otros porque tenía ansiedad de distintos tipos, pero en realidad era la energía que cambiaba en cada lugar, a menudo por la presencia del Espíritu. Respecto a las fobias, creo que normalmente tienen que ver con asociaciones, momentos de calma o vidas pasadas. Puede que hubiera sentido al Espíritu en aquel mismo lugar o en uno similar y anticiparlo me ponía nerviosa. Mis recuerdos en el campamento de Catskills contribuyeron a mi fobia a las tiendas de campaña, y montar en automóvil o estar en silencio en un ascensor me obliga a quedarme quieta sin distracciones, que es cuando más abierta estoy al Espíritu. Durante la regresión a una vida pasada, supe también que había sido prisionera en un barco durante una lluvia torrencial, lo que explica mi miedo a la lluvia. Podría seguir. Pero te voy a ahorrar todas mis fobias y sus explicaciones. Basta con decir que todas estas situaciones me hacían sentir fuera de control y hacían que sintiera pánico.

¿Y mis familiares que sufren ansiedad? Sospecho que también son especialmente sensibles pues creo que mi don es genético. También son personas que basan su vida en la fe, lo que aumenta la percepción del Espíritu.

Seguí asistiendo a las clases de Pat cada miércoles mientras Larry cuidaba a los niños. Me sentía tranquila en su casa porque sabía que, si sucedía cualquier cosa escalofriante, Pat podría hacerme sentir mejor. En la clase, empecé a darle mensajes de sus seres queridos a la gente y, enseguida, conectar me hizo sentirme normal. Pero me daba miedo intentarlo en cualquier otra parte. Seguía necesitando la protección de Pat.

Física y emocionalmente empecé a sanar poco a poco. Mis ataques de ansiedad se volvieron menos dramáticos. Larry vio el cambio en mí y le dije que conectar con el Espíritu parecía ser una gran parte de la respuesta. Él dijo: “Genial, cariño. Si crees que hablar con los muertos te hace sentir mejor, sigue haciéndolo”. Larry también se crió en la fe católica y no estoy segura de que creía en el Espíritu. Lo que intentaba era calmarme, pero me daba su apoyo y, al fin y al cabo, eso es lo que cuenta.

Seis días a la semanas, cuando no estaba en clase, tenía que arreglármelas sola. Como todavía no había aceptado mi don por completo, aún estaba expuesta a desplomarme de vez en cuando. Recuerdo que, cuando el primero de mis primos, Lance, se casó, decidimos asistir en el último momento y no podía subirme al automóvil. Los niños estaban vestidos y Larry había trazado en el mapa la ruta más rápida para llegar. Pero yo no quería ir tan lejos y mi familia estaba molesta. Caminé de un lado al otro durante horas. Al final Larry me dijo que si en algún momento no quería seguir, podríamos dar media vuelta y volver a casa. Al final acepté de mala gana.

Los teléfonos móviles aún eran algo nuevo en aquella época pero insistí en llevarme uno en el auto por si necesitaba llamar a Pat para rescatarme. Recuerdo escuchar la nueva canción de Faith Hill, “Breathe”, y pensar: Eso es exactamente lo que necesito hacer, respirar. Hice que Larry la pusiera una y otra vez. Ahora creo que el Espíritu me estaba diciendo que tenía que calmarme.

Cuando entramos en el garaje del hotel, toda mi familia estaba allí de pie esperando. Recuerdo ver a Gram, que aún vivía, de pie tras la ventana saludándome con la mano. Aún puedo ver su sonrisa como si fuera ayer. Murió hace algunos años pero siempre que algo relacionado con la ansiedad me pone obstáculos, como hacer una gira en ómnibus por todo el país o sentarme en una tienda de campaña en mi patio trasero, el Espíritu me hace recordar a Gram tras la ventana, llena de orgullo.
Dale espacio al Espíritu...
Para controlar la energía a mi alrededor, Pat me enseñó que tenía que marcarle al Espíritu ciertos límites que sigo utilizando hoy. No puedo decidir qué guías, ángeles o personas muertas me hablan o qué quieren decir pero puedo controlar si quiero admitirlos y cómo hacerlo. Así que al principio le dije al Espíritu: Voy a reservar un tiempo cada día a las cuatro para que puedas comunicarte conmigo. Encenderé mi vela blanca para proteger todo lo que ilumina la luz de Dios. Sólo quiero lo mejor para todos los interesados. Y sólo quiero canalizar almas que anden bajo la blanca luz de Dios. Y cosa curiosa. En su mayor parte, el Espíritu respetaba eso, por lo que empecé a sentirme también más cómoda canalizando. Estábamos desarrollando una verdadera relación de intercambio.

Siempre que sentía algo cuando meditaba, lo escribía en un cuaderno de notas. Pat me enseñó la escritura automática, que es básicamente cuando anotas lo que te dicta el Espíritu. Canalizar a través del bolígrafo es una forma sencilla de hablar con el Espíritu, sobre todo cuando no te sientes muy cómoda “oyendo” mensajes en tu mente y no puedes diferenciar tus pensamientos de los del Espíritu. Se me puede ver practicando la escritura automática durante sesiones en la televisión con mi pequeño cuaderno, lo cual me ayuda a concentrarme. Cuando canalizo, hago apuntes de palabras que el Espíritu quiere que utilice para decir algo importante.

Otra cosa importante que le pedí al Espíritu que hiciera es que dejara de presentarse ante mí como personas tridimensionales, como tú o yo. Cuando empecé a leer a los demás, podía estar lavándome los dientes, mirar arriba y de repente ver reflejado en el espejo a un hombre de pie detrás de mí. ¡Era alarmante! Así que les dije a mis guías que si se esperaba que yo aceptara este don, tendrían que encontrar otras formas de mostrarme cosas. A partir de aquel momento, empecé a ver al Espíritu como sombras de figuras. No me estoy refiriendo a “personas sombras” negativas o las aterradoras masas oscuras que espantaban las almas de los tipos malos en Ghost. Las imágenes que yo veo son como siluetas o como el contorno hecho con tiza en la escena de un crimen pero relleno de una sombra vaporosa a través de la que uno puede ver. Su energía es muy positiva. De hecho, como sólo quiero servir al bien mayor, no veo espíritus negativos y trato de evitarlos a toda costa. No me gustan las fiestas de Halloween ni las históricas casas encantadas y no tocaría un tablero de Ouija por todo el oro del mundo. De igual forma, siempre pido que las cosas estén protegidas por la blanca luz de Dios y así nunca recibo información negativa durante las sesiones. Sólo cosas buenas, que es todo lo que quiero.

Empecé a desarrollar un “vocabulario” con el Espíritu para entender las señales y las sensaciones que me estaba mandando. Acepté a más clientes de Pat y empecé a compartir con Larry sus increíbles, emotivas y a veces cómicas historias. Él hacía muchas preguntas y me di cuenta de que se envolvía más en lo que yo hacía. ¡Francamente, ambos estábamos fascinados con el hecho de que yo podía hablar con esas almas! En muchas maneras, me encontraba en un sendero espiritual claro pero ambos crecíamos juntos en él.
¡Madre mía! ¡Soy de veras una médium!
Aunque sólo me gustaba hacer sesiones en clase, un día dejé que sucediera en la vida real. Estaba en una tienda de artículos para el hogar y recuerdo sentirme como si me faltara el aire. Había acordado con el Espíritu que ésa era la señal de que alguien había fallecido por algo relacionado con el pecho: el corazón, los pulmones, los senos, inundación de líquidos o ahogamiento. En otro tiempo, habría entrado en crisis, habría abandonado el carrito en medio del pasillo, habría salido de la tienda corriendo a casa a toda prisa a pesar de las señales de tráfico, llorando y flagelándome por todo el drama ocurrido al llegar a casa. Pero aquel día en la tienda me dije que iba a estar bien. Pensé en lo que mi madre solía decirme: Tu lugar seguro eres tú. Y entonces oí la voz de un hombre.

—Dile a mi esposa que me gustan las de la izquierda —dijo.

Allí no había nadie.

Justo en aquel momento, una mujer mayor se acercó a mí con dos juegos de sábanas. Me contó que acababa de perder a su marido después de cuarenta años de matrimonio y estaba renovando la habitación. No era capaz de decidir qué sábanas le habrían gustado más a él. Yo le sugerí que las de la izquierda y aquello la hizo muy feliz.

No le dije a la mujer que su marido me había dicho qué decir. Me gusta ir poquito a poco, ¡como si no te hubieras dado cuenta! Pero en aquel momento supe que el Espíritu seguiría poniendo en mi camino a personas que necesitan escuchar mensajes de sus seres queridos, como esta mujer. También creo que mis propios guías espirituales me estaban poniendo a prueba de verdad por primera vez, ¡y la pasé! ¿El mejor premio? Mi pecho estaba normal después de transmitir el mensaje. Canalicé, liberé la energía y seguí adelante con mi día.

Tras asistir a las clases de Pat durante cinco años y realizar sesiones con sus estudiantes, llegó el momento de compartir mi habilidad con los demás. Confiaba en que lo que hacía venía de un poder superior. También había señales que me hacían sentir que me guiaban desde el Cielo. Cuando acepté mi don tenía treinta y tres años, la edad de Jesús cuando murió. Vivía en la avenida Jerusalén. Pat me sugirió que me hiciera tarjetas de presentación y tuviera un número de teléfono distinto para mi aventura. Los últimos cuatro dígitos de ese número eran 6444, lo cual era perfecto porque nací en el mes de junio (6) y creo que 444 es una señal de los ángeles. Pero el día que instalaron mi teléfono el tipo me dijo que tenía que cambiarlo. Estaba muy enfadada, hasta que me di cuenta de que los últimos cuatro dígitos eran la señal de la cruz. Creo que vale la pena mencionar que una de las razones por las que tardé tanto en aceptar mi don es porque me costaba entender en primer lugar por qué había sido elegida para recibirlo. No dejaba de pensar: ¿Quién soy? No soy nadie especial. ¿Por qué me eligieron para hacer esto? Y habiendo sido criada en el catolicismo, uno no hace contacto con los muertos. De modo que creo que el Espíritu también me estaba enviando señales “religiosas” para asegurarme de que lo que hacía estaba bien y que estaba siendo guiada.

Desde el momento en que empecé a recibir clientes en mi casa, mi familia no tuvo ningún problema al respecto. Si alguien les preguntaba a mis hijos a qué se dedicaban sus padres, decían: “Papá es el dueño de una empresa de importación de comida italiana y Mamá habla con los muertos”. Tan natural como si fuera profesora o algo así. Larry también llegó a escuchar de lejos algunas sesiones en casa y empezó a venir conmigo a mis pequeños eventos. Después de aquello dijo que era muy difícil no creer en lo que hacía. Sobre todo le impresionaba cuando el Espíritu me hacia hablar de salud o de anatomía humana porque yo no había ido a la universidad. Tampoco leo libros porque la lectura me relaja el cerebro y despeja mi mente de tal manera que permite al Espíritu comunicarse conmigo, ¡y entonces no puedo concentrarme en el libro! Así que ¿dónde iba a aprender todo eso si no venía del Espíritu?

Ser médium también le dio validez a muchas experiencias “inusuales” que había tenido mi marido. Larry vio el alma de su abuela cuando tenía diez años pero nunca estuvo seguro de que fuera real. Compartía una habitación con su hermano y ella estaba de pie a los pies de su cama. Larry creyó que eran imaginaciones suyas y de hecho lo olvidó hasta que acepté mi don. También aprendió mucho sobre los déjà vu. Cuando Larry era joven estuvo en sitios donde no había estado antes a pesar de que tenía claros recuerdos de ellos y no podía explicar por qué. Ahora, si siente algo raro como un déjà vu, un presentimiento, escalofríos, coincidencias o incluso una mano en la pierna o un tirón en la camiseta, sabe que es el Espíritu. En 2001 le diagnosticaron un tumor cerebral a Larry y no sólo sobrevivió sino que se recuperó de casi todos los daños nerviosos que le había causado. Él creía más que sus médicos en su curación.

Mi cambio favorito en Larry, sin embargo, es que por algún motivo, mi motociclista duro y tatuado es ahora emocionalmente mucho más sensible a todo. La película The Color Purple lo hace llorar y es mejor no hacerlo hablar de lo mucho que quiere a su familia. El tipo es un flojo.
El comienzo de algo bueno
A pesar de que al final acepté por completo mi don, estoy muy lejos de ser perfecta. Tengo pocos ataques de pánico y se puede decir que soy independiente. Pero siguen sin gustarme los ascensores o los lugares cerrados y la oscuridad me da un miedo de muerte. Duermo con una lamparilla encendida y la televisión encendida y dejo todas las puertas abiertas excepto la del armario. Tampoco duermo profundamente ninguna noche. Me muevo, me giro, oigo cosas, siento cosas. Y si sueño, no me acuerdo de nada. Larry dice que cuando mi alarma se apaga a las seis de la mañana, me levanto de golpe, sin estirarme ni remolonear. Es como si estuviera feliz de no tener que quedarme en esa cama ni un minuto más. Intento ser la mejor Theresa Caputo que puedo ser aunque muchos días me quedo corta. ¡Soy una médium, no una santa!

Como alguien que no esconde precisamente su gran personalidad, me parece divertido e interesante canalizar almas que tienen distintas historias y personalidades. Me encanta conocer a gente nueva y ser médium a veces me hace sentir como la anfitriona de una reunión muy importante. Algunas almas de niños me han dicho: “Mis padres han acudido a médiums, pero me gusta canalizar a través de ti porque dejas que mis padres me vean”. La gente puede sentir a sus seres queridos y cómo actuaban o hablaban cuando estaban en su mejor momento. No digo esto porque sea mejor que otros médiums, no-no-no-no-no. Siento que cada médium canaliza y contacta con el Espíritu de una forma diferente, no es que una sea mejor o esté más dotada que otra.

Me doy cuenta de que tengo mucho por lo que dar gracias. Me alegra poder compartir este don con los demás aunque a mi familia le gusta bromear de que no les doy otra opción cuando los hago detenerse en el gimnasio, en el dentista o en un centro comercial. Me alegro de que el Espíritu me mantenga alerta y que en cada simple sesión me enseña algo nuevo. También doy gracias por tener una personalidad fácil, de lo contrario me sería mucho más difícil aceptar mis inusuales habilidades. Tengo como norma no cuestionarme o sobreanalizar nada. Dejo que la vida sea sencilla. Si me dieras un dispensador de laca y me preguntaras cómo funciona, te diría: “Mira, no me importa cómo. ¿Funciona? ¿Sí? Fenomenal”. No necesito saber cómo, dónde, por qué. Es lo que es y ya. Trato de la misma forma la comunicación con el Espíritu.

Pero basta ya de hablar de mí. ¡Pasemos a las cosas del Espíritu!

About The Author

Photograph © Sherwood-Triart Photography

Theresa Caputo was born and raised on Long Island and lives there with her husband and two children. She is the star of Long Island Medium, and Raising Spirits. After suffering anxiety for most of her life, Theresa met with a spiritual adviser who helped her realize her ability to communicate with Spirit. Theresa has been a practicing medium for more than ten years and is a certified medium with the Forever Family Foundation. Her first two books, There’s More to Life Than This and You Can’t Make This Stuff Up, became instant New York Times bestsellers. She has appeared on Good Morning America, The View, The Dr. Oz Show, and Ellen and has helped countless people heal and find the closure to embrace life without their loved ones. For more, please visit TheresaCaputo.com.

Product Details

  • Publisher: Atria Books (December 8, 2015)
  • Length: 240 pages
  • ISBN13: 9781476789514

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